El precio de emigrar.

Como comentaba un amigo en Facebook a raíz de mi post anterior las libertades civiles, los derechos humanos y las dictaduras son temas bastante tratados ya, aunque no por eso debe dejar de hacerse.

Me voy a referir a otro tópico que no por “tocado” deja de ser nuevo, viejo, gastado y con muchas cosas nuevas por descubrir.

Voy a hablar de la emigración. Como es un tema que me afecta en primera persona, pues hablaré según mis experiencias.

Por ejemplo, ayer sábado había fiestas en el lugar donde vivo actualmente, y simplemente no tenía con quien ir.

No soy muy amante de las fiestas populares, menos aún de lo que eso significa en el contexto habanero, pero mi rutina y aburrimiento ya rayan en lo demasiado.

Decidí darme una vuelta yo sola (para un posible horror de mi madre o mis amigos en la Habana de saberlo), antes que quedarme en mi cuarto navegando por Internet durante casi 4 días.

Me llegué a donde daban un concierto de rock… me relajé, me sentí tranquila.

Explore el lugar durante unos minutos y decidí que estaba bien, y el ambiente tranquilo. Me mezclé con la multitud, y a disfrutar de la música.

Aquí quiero hacer una acotación, creo que ya es un reflejo condicionado, en algunas canciones la gente comenzaba a aplaudir rítmicamente, o a balancear los brazos alzados como suele ocurrir cuando un grupo te gusta mucho; como yo los estaba conociendo, y haberme sumado a los aplausos y/o al balanceo hubiera supuesto un acto irreflexivo, impulsivo y solo se hubiera tratado por demás de seguir la corriente, pues me abstuve. Ya todo lo que signifique actuar en masa, formar parte de una multitud, o hacer lo que hacen todos sin saber tan siquiera porqué; lo repelo. Es una decisión personal que he tomado.

El grupo no estaba mal, se llama: El Mago de Oz… y siempre teniendo en cuenta las diferencias entre cantar en un estudio y actuar en vivo, pues no estaba mal.

Desde mi punto de vista era un rock heavy-celta o celta-heavy, con cierta influencia de The Doors y grupos similares. No sonaban mal, aunque el cantante no era precisamente Freddy Mercury, al menos en vivo aclaro. No los he escuchado en otro marco.

Bueno, me sorprendieron al tocar una ranchera mexicana, si como lo oyen, así me quedé yo: un grupo heavy (con la pinta y todo lo que lleva) tocando ranchera… pues si, y muy buena por cierto.

Luego vino una (ya la estaba esperando y deseando) a los políticos, decían cosas como por ejemplo: “mi patria es mi guitarra, y mi nación solo yo” y “su nombre es prometer y su apellido es mentir”. En fin, cosas que por el momento no escucharemos de un grupo cubano cantándolas en Cuba. Y Juanes diciendo que va a invitar a Porno Para Ricardo a cantar en la Plaza… es que me parto de la risa.

Volviendo al tema… se preguntarán que tiene que ver toda esta reseña de un concierto con emigrar. Me explico.

No se si notaron que dije que me fui al concierto sola. Yo no estoy a favor de los amigos chicles, o sea que no pueden estar ni 5 minutos sin verse o que no pueden ir a ninguna parte el uno sin el otro. Aunque en mi etapa de adolescente también experimenté ese tipo de amistad. Por ejemplo, me encanta deambular por la ciudad sola, caminar a mi paso, escuchando música y mirando y deteniéndome donde mejor me parezca. Eso lo hago aquí y en La Habana. Pero no me negarán que hay salidas de corte más social, que en realidad se disfrutan muchísimo más si tienes con quienes compartirlas.

Yo fui a ese concierto sola, y disfruté y no lo pasé mal, pero no fue ni la 5ta parte de lo que me podía haber divertido de haber contado con la compañía precisa.

No dejaba de pensar “si esta gente estuvieran aquí” porque sé que además de haber disfrutado de la compañía hubiésemos disfrutado de la música, del ambiente, en fin de la experiencia.

Pero en vez de eso me tocó vivirlo sola y contarlo, y extrañar.

Soy de las que creo que muchas veces padecemos un poco de falta de independencia ya no a los padres, sino a los amigos, a las parejas en fin, cuando se lleva al extremo el esperar por la otra persona para ir a cierto lugar, pero también reconozco y sufro, que muchas veces necesitamos alguien con quien compartir los buenos momentos, los malos, el aburrimiento, la buena y la mala música, los malos y peores chistes (en mi caso) en fin, alguien con quien compartir.

Yo que he emigrado, he dejado atrás a las personas que elegí y me eligieron para compartir. No hablo solo de pareja sentimental.

Hablo de esos amigos que también me escriben y me cuentan cuánto me necesitan y cuánta falta haría que estuviéramos juntos para contarnos los últimos sucesos con la familia, el novio u otro amigo.

En fin, sufro yo que me fui, porque me fui y porque los dejé allá, lejos, en mi mente pero no en mi mano; en mi corazón pero no sentados en mi cama junto a mi como confidentes.

Sufren ellos porque me fui, porque quedaron allá, porque están condenados a visitar una y otra vez los lugares que guardan muchísimas historias nuestras, porque una esquina, un lugar, una determinada situación les puede recordar irremediablemente mi ausencia.

Por ejemplo, el ir sola a ese concierto y otras tantas cosas que he sufrido y que aún me esperan, son algunos centavos a pagar del precio de emigrar.

Es un dolor que no toca sentir por naturaleza, emigrar no es lo normal, no es lo que debería ser. Y sin embargo ¿a cuántos no afecta ya?

Somos más de 2 millones de cubanos en el exterior y no es por gusto, eso dice algo.

Aún así, a pesar de todo lo que acarrea dejar tu ciudad y/o país natal, a los que lo logramos se nos llaman afortunados, suertudos, dichosos.

A lo mejor de tanto escuchar RHCP, The White Stripes, The Doors y PPR se me ha cocinado el cerebro, pero ¿no hay mucho de ironía y de macabra buena fortuna tras esos adjetivos?