Por Ismael de Diego
La primera vez que vi a Gorki fue en la cárcel durante la producción de
Habana Blues. Fue en un comedor grande, con varias mesas de cemento
empotradas en el suelo, en un extremo estaban los familiares apretados
en la puerta de entrada con la vista fija en una puerta de hierro al
otro extremo de la habitación. Sólo se escuchaban las voces de los
oficiales, "No pasen hasta que no se les avise". Estuvimos así un rato
en silencio hasta que comenzaron a salir los reclusos, los esculcaban
uno por uno antes de entrar y quedar parados a 40 metros frente a
nosotros, así que tuve tiempo de tratar de adivinar cuál de ellos era
Gorki. Cuando salió por la puerta no lo reconocí, fue sólo un rostro
familiar, esa empatía que se siente ante un posible amigo, una camisa
azul grande estampada y una mirada desilusionada. Fue cuando nos
sentamos y lo tuve cerca que lo reconocí, no tenía nada que ver con
aquella imagen eufórica y provocadora de los conciertos, se veía
cansado, "esto es como un teatro, te subes a cantar y representas un
personaje, pero cuando te bajas del escenario todos esperan que seas
siempre así", me dijo. Estaba hecho mierda y me lo pegó, sentí que él no
pertenecía a ese lugar y la visita me dejó la sensación de injusticia en
el cuerpo. Supe que cualquiera podía estar ahí sólo con molestar un poco
más de la cuenta y me pregunté qué tan débil y enclenque debe estar este
gobierno para que un grupo de música le pueda representar algún peligro.
Al conocer las acusaciones, las supuestas pruebas que se esgrimieron y
la sentencia totalmente desmedida e injustificada, recordé aquellas
persecuciones estúpidas y medievales que me contaron de los años´70 en
la UMAP y que tanto afectaron a generaciones de cubanos que lo vivieron.
Generaciones que hoy están convencidos que eso fue algo del pasado sólo
porque ya no les ocurre a ellos y que se rehúsan a tomar partido.
Siempre pensé que fue el pueblo y no el sistema, no Pavón, no Quesada,
no Fidel, los culpables de aquella tragedia, el pueblo que lo permitió,
que lo aprobó, que se calló y no habló cuando pudo, por miedo o por lo
que fuese. Me pregunto qué tanto abuso puede cometer un gobierno,
hasta dónde puede llegar, si su pueblo nunca protesta y permite todos los
atropellos, y qué tan solo y vulnerable está un hombre cuando nadie
quiere comprometerse, por justa que sea la causa.
Esto le está ocurriendo ahora a nuestra generación, a la que se ha
mantenido encerrada en esta isla y a la cual nunca se le ha permitido
tener voz propia. La cultura, para que sea auténtica y genere una
identidad real, debe ser espontánea y nacer del ímpetu por expresar. La
cultura impuesta, moral o políticamente correcta, utilizada como una
estadística para impresionar y ganar puntos políticos, no es más que
pura evasión enajenada y conlleva inevitablemente al desapego, no en
vano nuestra cultura es cada vez menos nuestra y más americana,
puertorriqueña, europea o lo que sea que esté de moda. No existe en Cuba
una sola tarima, un solo micrófono donde se pueda expresar una idea que
no esté previamente revisada y avalada, todos los teatros, cines, bares
de mala muerte, tugurios y glorietas pertenecen al gobierno y éste
impone leyes enmascaradas en instituciones, permisos y membresías para
crear un filtro infalible. No sé qué principio revolucionario puede
justificar semejante carencia de libertad.
Los artistas e intelectuales que piensan que reflejan nuestra realidad
de una forma crítica y logran el acceso a los medios de comunicación son
aquellos que han sido aprobados y que han pasado a ser una especie de
contestatarios oficiales, cuyos pensamientos no representan en lo más
mínimo las carencias, las miserias y la increíble falta de libertad que
vivimos a diario. Aquellos que se niegan a modificar, endulzar o
transformar su discurso con tal de entrar en el sistema y poder ganarse
el derecho a tocar en algún lugar y vivir de lo que hacen les esta
reservado el anonimato, la persecución y la indiferencia. Al parecer, la
honestidad y el compromiso con la verdad individual no tienen pegada en
un país dormido y apático que ha decidido que hacer de la vista gorda es
lo más inteligente y correcto. Vaya pueblo culto que hemos generado.
Si piensan que no son evidentes las razones por las cuales se intenta
encancelar a Gorki se equivocan, son obvias. Hace rato que el engaño no
es más que una burda manipulación. Si piensan que esta torpe solución a
la hora de lidiar con la crítica no hace notar su patética incompetencia
política se equivocan, todos nos damos cuenta de la falta de compromiso
con la verdad. No pronunciarse ante este tipo de hechos nos hace
cómplices de la intolerancia porque existen situaciones que nos
conciernen a todos y donde lo que está en juego no es más que la
libertad. Esa libertad pura de ser como somos sin condiciones ni
juicios, ésa que para disfrutar hay que ganársela. No me gusta apoyarme
en las citas, pero él lo dijo mejor que yo:
"Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una
Pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la
seguridad".
Benjamin Franklin
Ahí está la historia para contarnos cómo fue que lidiaron los líderes
revolucionarios con la generación de nuestros padres, queda por ver cuál
va a ser la relación que establezcan con nosotros y hasta qué punto
vamos a dejar que nos roben nuestros mejores años con el silencio como
verdugo. Mientras tanto, Gorki se queda en la celda de la Quinta
esperando a que se inventen una buena excusa para que se pudra en la
cárcel donde lo conocí y logren que deje de cantar para siempre.
Ismael de Diego
Publico este texto de nuestro amigo porque me parece imprescindible si nos remitimos a los días del juicio. Se lo dedico una vez más al Gorki, por su 41 cumpleaños (¡!)
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