DORADOR
Ayer me había prometido a mí mismo que arreglaría este desastre de ventilador, ahora sé que me merezco lo que me pasa, son las tres de la mañana, no he pegado un ojo, y este colchón es un maldito horno. Susana duerme como un ángel y el gesto de su cara se me hace tan sobrio y desenfadado que parece burlarse del calor y el caos de esta habitación. Como rendida bajo el sol del mediodía en cualquier playa infernal. Sólo le cuido el sueño y fumo como un demente, llevo casi una hora en esta butaca mirándola y justo ahora estoy en el enfrentamiento de mi parte fría con mi parte caliente, una corriente morbosa me sube de los pies, tan fuerte que me pone los pelos de punta, hasta dejarme una erección que no puedo controlar. Los impulsos de despertarla y hacerle el amor son tan reales que puedo incluso olerlos. Pero la conozco demasiado. ¨No Pasará¨. Después de pensarlo un rato decidí levantarme y hacer un poco de café, pero justo en la cocina recordé que se había acabado. Mañana compraré si un milagro hace que me acuerde, pensé. Abrí el frío, saqué media botella que había quedado de no recuerdo cuándo, y me mandé un tarrayazo ¡ÑÑÑOOOOO¡ ¡SSSSIIIIAAÁ CAARÁ! esto está mejor que la última vez que lo probé. Me quedé un rato más en la cocina pensando y bebiendo pero no llegaba a ninguna conclusión: tenía que encontrar algún plan estratégico para despertar a Susana y eso de verdad tenía su magia. Pasado un rato me sentía aún peor. El alcohol había despertado al animal que llevaba dentro y todo pensamiento inteligente se sumergía bajo una espesa nata de deseo y algo de lujuria salvaje. Volví al cuarto cuando aún quedaban dos dedos en la botella. Susana estaba absolutamente tapada de pies a cabeza. ¿Cómo puede dormir tapada con este calor de perros? Bueno ella sabrá. Como cubriéndose -con todas las de salir ilesa- a falta de protector o leche solar factor 20 por lo menos, estándar brasileño o australiano, con filtro UVA+UVB de banda ancha más vitamina E+C. Sí, sí, como toda cubana adicta a la playa Susana sabía mucho de estas cosas, aunque nunca pudiera darse el lujo de comprarse el más adecuado, para pieles extremadamente sensibles, que le proporcionara el atractivo bronceado uniforme y sensual al que siempre había aspirado. Bueno ella sabría, la observé desde varios ángulos y le arranqué la incómoda sábana del cuerpo. Aquella erección se hizo tan potente que me dolió. Pero seguí trazando un plan que me diera resultado. La toqué para comprobar cuán dormida estaba, y me espantó un gemido a modo de regaño. HHHUMM! Oh, oh, creo que esto no va a funcionar, pensé, este bicho tiene muy malas pulgas. Y éste, de un momento erótico y excitante, se me puede convertir en la noche más larga. En fin, ¨No Pasará¨. Fue entonces que me invadió la tristeza, aunque una tristeza optimista. Comprendí que tenía que hacer todo el trabajo yo solo, pues para ese momento ya no había vuelta atrás. Deambulé un poco por la cocina buscando un poco de concentración para llevar a cabo mi plan en solitario y sólo me invadió un sentimiento de venganza: Susana me había abandonado a mi suerte en aquella difícil tarea, por eso aún me río cuando recuerdo cómo terminó el asunto. Llevé a cabo mi plan, pero en vez de desperdiciarlo se lo traje de regalo en mis manos y lo puse en su espalda como si fuera dorador, el mejor dorador del mundo.
Fin
Yimel García, La Habana, 1982
Socio Nuestro, Espectador Deambulante y Músico Aficionado.
Vive y resiste en La Habana.
2 ¿que tu crees?:
Deya.
Esta historia me ha gustado mucho por que es algo tan sencillo y natural que parece increíble como el autor llega a crear una trama interesante que hace que una la siga hasta el final.
Parece que los hombres son más propensos que nosotras a esa lujuria de las noches calientes de los trópicos pues en mi caso me acuesto a dormir desnuda y caigo en un trance del que es difícil que me despierten.
El joven, un perfecto caballero, hace su remedio solitario y se lo dedica a ella, el objeto de su amor, no solo como fuente de su deseo sino donándole su semen a falta de bronceador.
Muy linda.
Empiezas a leer esto y quieres saber cómo termina. Esa reacción del que está leyendo un cuento es el mejor de los agasajos que se le puede dar al que escribe. Yimel, ya sabía de tus cuentos. Gracias por este que nos haces por aquí.
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