La “conciencia verde”, según declaraciones del biólogo uruguayo Aramís Latchinián en la presentación de su libro Globotomía -del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental- en Venezuela; se ha ido extendiendo como un recurso de mercadeo, un motivo en la “responsabilidad social empresarial”, un rasgo que absorben celebridades del espectáculo y de la política para ganar audiencia y un entorno normativo que ha comenzado a alterar políticas públicas. Latchinián dice que el discurso emanado desde las ONG como Greenpeace es deliberadamente catastrófico y sirve más para acrecentar la militancia de esas organizaciones que para atender problemas reales. Y que el que difunden personajes como Al Gore, quien exagera a propósito el influjo de la actividad humana en el clima y “globaliza” unas circunstancias ambientales que no son planetarias, sino locales, y como locales –y sólo como locales- pueden mejorarse. Globotomía denuncia un inmenso engaño colectivo, producto de una operación de propaganda que sirve para defender unos intereses institucionales, empresariales, políticos e individuales. El planeta no está a punto de morirse. El mundo no se está acabando. No puede hablarse de que estamos ante la mayor oleada de extinción de la historia puesto que ni siquiera sabemos cuántas especies animales y vegetales existen. Y el calentamiento global, si bien existe y es grave, está siendo planteado como una amenaza abstracta de exterminio inminente, tal como en la década anterior lo fue la destrucción de la capa de ozono sobre la Antártida.
Latchinián, con un máster en gestión ambiental de la universidad del Zulia –él se crió en parte en Maracaibo, adonde llegó huyendo con su familia de la dictadura en el sur- es un técnico que va al grano y llama las cosas por su nombre y que se dedica a argumentar, datos en la mano, cada una de las ideas a las que ha llegado después de pensar y repensar las cosas y de ver cómo funcionan en el terreno. En el prólogo, el antropólogo venezolano Alejandro Reig considera que “en su aspecto provocador, Globotomía se inscribe en esa saludable corriente de eclecticismo que no puede sino desconfiar de muchos de los consensos que unifican a los bienpensantes de este temprano siglo XXI. Y que un libro tan lleno de sensatez y argumentación transparente constituya una provocación para el pensamiento dominante nos deja ver hasta qué punto hemos dejado que las certezas de nuestro espíritu se apoyen en falacias y posiciones ideológicas que nublan la realidad”.
Reig sugiere que el sesgo “progresista” de la “falsa conciencia” verde ha cargado de culpas al progreso que todos queremos tener y que ha significado, por ejemplo, mejoras en la salud y la alimentación para millones de personas. “No es la sobrevivencia del planeta lo que está en juego”, escribe Reig, “sino la nuestra como especie, y es muy probable que no duremos muchos miles de años más. ¡Pero esto no va a ser nada malo para el planeta! Así como a los librepensadores este argumento nos devuelve la alegría de una conciencia en la propia finitud que es uno de los combustibles para una vida entusiasta, habrá quien encuentre este argumento desolador. Incluso al lector que precisa creer en nuestra trascendencia infinita para mantener el ánimo, este libro aportará herramientas valiosas para entender algunos temas de la vida moderna y de la acción responsable”.
Latchinián es contundente. La globalización de los problemas ha traído globalización de las soluciones, cuando cada situación ambiental específica requiere de tratamientos ajustados a sus peculiaridades. “Todos quisiéramos comer verduras que no han sido tocadas por pesticidas”, dice, “y se entiende que los holandeses paguen por eso, pero si en el mundo se prohíben los pesticidas la consecuencia inmediata será la muerte por hambre de millones de personas en África”. Él critica que Uruguay, cuya mayor contribución a los gases invernadero viene de los que suelta la bosta del ganado en sus estancias, deba destinar parte de su pequeño presupuesto nacional a unas medidas dictadas por los países que sí han contribuido a las emisiones de dióxido de carbono. Y dice que clasificar los residuos domésticos tiene sentido en ciudades que ya cuentan con la disposición adecuada de la basura, no en las capitales latinoamericanas donde hay gente rebuscando en los vertederos para sobrevivir.
“Si hay algo cómo y políticamente correcto es la película de Al Gore Una verdad incómoda. Él no tomó ninguna medida contra el calentamiento global en los ocho años que fue vicepresidente y ni siquiera hizo que Estados Unidos suscribiera el Protocolo de Kyoto. Además, que evangelice dentro de su país, que emite 30% de los gases invernadero”. Latchinián, dice que en Venezuela hay problemas ambientales más urgentes que el calentamiento global, pero es de esto de lo que se habla en los medios.
“Gracias al discurso del desastre, el movimiento ambientalista puede radicalizarse, actuar como militante, perseguir la disidencia interna y mantener un mesianismo autoritario que defiende una utopía regresiva e inviable: el retorno a la naturaleza. Si volviéramos al pasado, volviéramos a un pasado peor que el presente. El mundo, de hecho, ha avanzado en muchos planos, las industrias son cada vez más limpias. El mundo no se está acabando”.
extracto del texto original de Rafael Osío Cabrices
para El Librero, publicación mensual venezolana
Año3-Número24
Noviembre 2009
1 ¿que tu crees?:
Ademas, la propia casa de Al Gore consume mas electricidad que 30 grandes casas americanas. El calentamiento global "man made" es un fraude, como ya han demostrado mas de 30 mil cientificos de todo el mundo, y el premio Nobel de Gore, como el de Obama, otros dos fraudes. Ninguno hizo nada por la paz, que le pregunten a la gente bombardeada en Sarajevo, y que le pregunten a los aldeanos de Afghanistan. Finalmente, se va esto del "verdolaguismo" al demonio. Y eso se los dice alguien con conciencia ambiental, desde el punto de vista profesional y personal.... Pero la verdadera, no la de la falsa ciencia y el charlatanismo de Gore.
Publicar un comentario