Ese era el nombre por el cual conocía a un negrito pichón de jamaiquino que alla por el período especial que nunca ha terminado, me vendía pollos. La cantidad que quisiera, congelados.
McKenzie era uno de esos pocos rastas que se veían en aquellos días, y vivía por la Habana Vieja. Algo que siempre me llamó la atención de el, es que no sabía montar bicicleta. Al principio sospechaba que se hacía el que no sabía para no tener que pedalear por toda la Habana bajo un sol que parecía que castigaba más fuerte por aquella época. Luego me di cuenta que además de no saber montar bicicleta, McKenzie era alérgico a cualquier tipo de velocidad y que andar en un almendrón a toda leche en el Malecón habanero le causaba naúseas. El caso es que McKenzie era un verdadero andarín y su ritmo natural estaba diseñado para permitirle caminar largas distancias con una mochila enorme cargada de pollos que pasaba alternativamente de su espalda a la cabeza, donde la equilibraba sin ningún esfuerzo aparente.
McKezie supongo que tendría algún primer nombre, pero nunca lo supe.
Me invitó una vez a la casa del "embajador de Jamaica", y rápidamente aclaró "no el oficial, el de verdad". Allá fui, la chica que llevé y yo éramos los únicos dos blancos en un mar de dreadlocks, gorros tejidos, tunicas, y sombreros a la Parliament Funkadelic en el ambiente proto-rasta de la Habana Vieja. McKenzie apareció y nos condujo en presencia de un negro que estaba sentado en una silla dorada -luego me contó en detalle de su proveniencia, del basurero de una empresa de restauración, y me mostro las partes que se tuvo que fabricar y que un amigo reglano le habia regalado pintura dorada de la que usaban para la utilería carnavalesca. El negro tenía una especie de corona que parecía una corona de espinas, y entre el humo de su enfori se podía ver la cortina morada y un minusculo retrato de Haile Selassie y otro más pequeño aún de Bob Marley. La cortina se la había conseguido en el Obispado de la Habana, y en ese rincón donde habia un mueble canastillero para las ofrendas a los santos se había armado un salón del trono el rey tropical del reggae habero.
El rey, pues el título me parece mas apropiado que embajador, hizo un gesto con la mano, y la música se hizo, la marea de gente en medio de la cual me encontraba comenzó a moverse al ritmo del reggae como si estuvieran en trance, lo cual naturalmente me contagió. En pocos lugares de la Habana me había sentido tan libre. Quizás confundiendonos con extranjeros dos bellezas viejo-habaneras nos hicieron un sandwich cuando bailaban apretadas contra mi cuerpo y el de la impresionadísima e impresionante rubia que me acompañaba.... El humo mágico nos hizo bailar como si hubieramos salido todos de la Jamaica más profunda, llegamos al estado en que se baila sin moverse apenas, y en algún momento el rey dio por terminada la fiesta.
Salimos al calor de la Habana Vieja, que ahí estaba ajena a lo que sucedía en el patio interior de una vieja casa. Ajena al rey, ajena a todo, pero sobre todo ajena a la libertad.
McKenzie se alejaba....
Notas:
Hay pocas instancias en que uno experimenta esa libertad tan absoluta. Sucede pocas veces, y creo que es una reacción al vivir en un sitio tan opresivo como es Cuba. La opresión es tal, que solo en ciertos espacios y en ciertos momentos se respira y se disfruta. Otro de esos momentos lo experimentaba a menudo en la playita de 16, cuando iba temprano, y no habia nadie aún. El agua, fría. No habia nada como estar en silencio bajo el agua, y al sacar la cabeza ver los edificios, y sentir el sol, y ver como se iba despertando la ciudad y como la gente llegaba al mar. O echarse en ciertos lugares del bosque de la Habana a leer. Me dirán que es escapismo. Y si lo es. La soledad y la libertad estan muy ligadas una a otra en Cuba. Por eso esa fiesta mágica a la que asistí fue excepcional, o tal vez... fue una que una colección de soledades se dieron cita en ese patio.
2 ¿que tu crees?:
Deya.
Es siempre muy interesante entrar a esos mundos que una ni siquiera se imaginaba que existían como ese mundo Rasta original en el Caribe de habla inglesa.
O en una aldea amerindia de la Amazonia, casi en su estado primitivo para pasarse un par de día allí descalza y desnuda como ellos.
Hace muchos años, cuando empecé a hacer porno, conocí ese mundo maravilloso que me fascinó.
El mundo está lleno de costumbres, grupos y culturas y debemos siempre estar dispuestas a conocerlas y experimentarlas sin prejuicios.
Armienne, tu opinión como siempre se agradece mucho.
El autor de este post es Charlie Bravo, no yo...
La Libertad cuando es experimentada no se olvida... por eso guardamos con tanto aprecio ciertos recuerdos... me alegro de tener muchos.
Charlie, Bravo por ti!
Un beso chicos...
Deya :)
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