ASUNTOS DE TRABAJO
Hola, Don Pepito; hola, Don José…
Canción infantil.
Hacía poco que era la mujer de Boni. Hacía poco que trabajaba en CC (Correos de Cuba). Y hacía poco también, mucho menos tiempo, un par de semanas a lo sumo, que era la amante de DG (Director General).
MG abrió la mochila y lo primero que echó, no importaba que se estrujara, fue la ropa interior. Tuvo en cuenta el blúmer nuevo, el que le había regalado por el día de las madres su hermana AE; lo revisó bien, por si las cucarachas, y luego se lo llevó a la nariz; no tenía ningún olor. Después colocaría la demás ropa: un vestido lujoso para salir a un cabaret o a algún centro nocturno en Trinidad, era sábado; un short y la trusa para el domingo ir a playa Ancón, muy importante… ¡La trusa!, exclamó, ya la había olvidado. La buscó en el ropero, y de inmediato la introdujo en la mochila. En el momento que la empujó, hasta el lugar de la ropa interior, sintió el crujir del nylon donde la guardaba y pensó en Boni que le crujían los dientes mientras dormía. Luego MG continuó haciendo el equipaje para un viaje de dos días.
¿Cómo justificó el viaje MG? A AC le comentó que iría el fin de semana a Trinidad por asuntos de trabajo. Solo dos días, mami, le dijo a la niña, mientras le acariciaba la cara. Te voy a traer muchas cosas, añadió. Sí, respondió la niña que también asintió con la cabeza. Tráeme cosas ricas. Después la llevó hasta la parada de la ruta 55. Recuerda, le dijo cuando se despidieron, tu hermana te está esperando en el parque Maceo, sabes; te llamo más tarde. De igual forma, MG se lo había asegurado a la madre: asuntos de trabajo. Sí, escuchó al otro lado de la línea del teléfono, ¿con tan poco tiempo que llevas ahí? Sí mamá, replicó ella. Yo tengo un buen currículum, y colgó. Pero a Boni todavía no se lo había dicho; daba igual, era por lo mismo, asuntos de trabajo, y él tenía que entender. Además, Boni hacía tres días que andaba desaparecido. Era posible que estuviera deambulando por Centrohabana; luchando la plata, como le gustaba decir; o tal vez había vuelto a su bohemia perpetua. Pero él tiene que entender, se repitió ella; y si no...
DG debía recogerla a la una de la tarde frente a su edificio y fue puntual. Ella, por su parte, esperaba en el balcón cuando el Lada rojo con matrícula blanca* se detuvo junto a la acera y, a pesar de que la había visto, sonó el claxon. Con un gesto, MG le indicó que aguardara; y de inmediato bajó las escaleras. Al saludarlo, en vez de darle un beso, ella le extendió la mano; algunos vecinos miraban, sobre todo la gorda que vivía en el apartamento de la esquina. MG también la miró aunque con disimulo. Después, abrió la puerta trasera y entró al vehículo.
Primero pasaron por la Central a dejar al subdirector; después fue que partieron rumbo a Trinidad.
En el semáforo de Vento y Camagüey, mientras esperaban el cambio de luz, se dieron el primer beso del viaje; fue un beso corto pero húmedo. MG sintió asco; tanto, que tuvo deseos de sacar la cabeza por la ventanilla y escupir; pero tragó en seco.
Muy pronto estuvieron en la Autopista Nacional. A esa hora el sol era fuerte; a través del cristal del parabrisas veían como reverberaba el pavimento. Durante ese tiempo, ella le contó cómo tuvo que justificar el viaje: a todos les había dicho que por asuntos de trabajo. DG dijo que no justificó nada: él era un dirigente de hacía muchos años y a fuerza de recorrer Cuba y parte del extranjero su familia había tenido que entender.
Después MG le recordó que había prometido dejarla manejar y le puso la mano en el regazo y le sobó la entrepierna. Tranquila, dijo DG, habrá tiempo para eso y para mucho más; le apartó la mano y le tiró un beso. Ella respondió con una sonrisa intensa, se sentía verdaderamente feliz. Pero DG pensó que ahora no podía permitir que manejara; hacía poco que MG tenía licencia de conducir; y debían llegar lo antes posible a Trinidad. Sí, dijo el hombre, pero ahora no, nena, cuando regresemos, tenemos que ganar tiempo.
Se detuvieron en el primer servicentro que encontraron; ya habían andado unos 80 Km., y rellenaron el tanque de combustible. Aprovecharon para tomar algo en la cafetería, el viaje era largo. Pero antes se habían dado el segundo beso; también húmedo. Al bajarse del auto, él le tomó las manos y la apretó contra su cuerpo. Esta vez, ella esperó a que DG se adelantara y con disimulo escupió el beso que cayó en el contén de la acera.
En la cafetería pidieron refresco para él y cerveza para ella. MG se fijó en las demás personas del recinto; no eran muchas; y tampoco vio ninguna cara conocida; temía de que alguien la sorprendiera con un extraño en mitad de la autopista; todavía estaban cerca de La Habana, y los amigotes bohemios de Boni que andan por todas partes, se dijo horrorizada. MG renegó de esos locos que lo veían todo. Y en ese momento no supo porqué comparó a DG con Boni. Pero recordó bien, y sí lo supo: mientras DG se empinaba el refresco, le había pasado por la mente sus besos húmedos. Sintió la baba de él que le encharcaba la boca y después le corría por la garganta y caía de golpe como una pelota en el estómago. En cambio, los besos de Boni eran diferentes: secos, tibios y con aroma a noches de cerveza, tabaco y marihuana. Tenían un sabor extraño como el mismo Boni, pensó MG que siguió con la comparación. Pero había algo en él que la perturbaba: Boni no tenía automóvil; y a ella le encantaba la velocidad; y también conducir despacio por las calles de La Habana, ¿por qué no?; sobre todo, por los lugares céntricos. Ella y AC en un carro moderno. Ella y AC, desde la Coronela, atravesarían Siboney, después Quinta Avenida, y, recto por Malecón, todo Vedado hasta La Habana Vieja. Sería genial, se dijo. En cambio, si lo analizaba bien, Boni tenía algo a su favor: cuando se lo proponía era un hombre tierno; y también tenía una forma especial de amasarle el clítoris con su dedo estilizado de vagaroso, y de acariciarle las tetas; sólo con mirárselas se las endurecía. Pero aunque no habían compartido en la cama, DG igual parecía tierno, se dijo. Además, era mayor que ella y que Boni, y tendría mucho más experiencia, había recorrido el mundo. En ese momento, MG se fijó en los labios de DG. Son toscos, pensó, y seguro que por ellos habrán salido muchas palabras ya convertidas en órdenes; no como los de Boni que eran refinados, y por donde casi siempre brotaban frases que componían una historia; una historia estrafalaria como él, llena de ilusiones, utopías; el pobre Boni, siempre en las nubes.
MG y DG, en ese momento, no se miraban pero sonreían. Después él le preguntó: ¿en qué pensabas? En nosotros, respondió ella al instante; en nuestra luna de miel; y cuando lo miró, achinó los ojos como si se enterneciera con su rostro. DG volvió a sonreír pero se trataba de una sonrisa cínica. Luego, con un chasquido de los dedos, llamó al camarero. Cuando sacó la billetera, MG se quedó contemplándola durante algún tiempo. Estaba abultada y eso la hizo recordar que en pocos años sería la fiesta de quince de AC. Tendrá que ser una fiesta por todo lo alto; total, era su única hija. Pero hacía falta dinero; tal vez algo más de lo que tenía DG en ese momento; dinero que Boni no podría darle aunque quisiera. ¿Y cómo lo obtendría? Pronto, cuando fuera ascendida a Auditora general, le caería la plata como a los otros funcionarios: un poco de aquí, un poco de allá. Seguro que AC tendrá unos quinces fabulosos, se dijo MG, y tendremos un carro y la vida cambiará. Pero DG la había entendido desde el principio; vio cuando ella se quedó extasiada con la billetera; y entonces la ubicó en un ángulo, parecía ensayado, que dejaba ver el bulto de dinero; todo en moneda convertible. Después que pagó, DG hizo un ademán veloz, como un cowboy, y guardó la billetera en el bolsillo.
Casi en el km. 190 se desviaron un poco al Sudeste. Ahora el sol caía por la parte trasera del Lada, y ya no hacía tanto calor. A partir de ese momento transitarían por una vía más estrecha y tendrían que disminuir la velocidad. De todas formas llegaremos temprano, dijo DG. Pero ella no lo oyó, iba concentrada en el paisaje del campo, y escuchando música instrumental de los años sesentas; una música que la relajaba. Todavía avanzaban a buen ritmo, pensó MG, y mantuvo levantado el cristal de la ventanilla; evitaba que el viento le despeinara el derriz. Al rato, recostó la cabeza al espaldar del asiento; se le fueron cerrando los ojos a retazos hasta que se quedó profundamente dormida; y, como siempre, no soñó.
Cuando MG despertó, ya estaban saliendo de Cienfuegos, alcanzó a ver el cartel que anunciaba el próximo destino: Trinidad, 80 Km, decía. MG se lamentó, hubiera querido ver Cienfuegos, tan linda como decían, o por lo menos, haberla soñado. En cambio, a partir de ahí, pudo seguir contemplando el paisaje: a un lado las montañas, y al otro el mar del Sur que le pareció más verde que el del Norte. Si Boni estuviera, disfrutaría muchísimo de esto, pensó. También se hubiera burlado de cualquier cosa; sobre todo de DG; como cuando ella comenzó a trabajar en CC. Boni le había dicho: ahora eres Cartera; por suerte, yo me comunico por e mail. A MG no le gustó que la llamara Cartera, ya se había propuesto ser una funcionaria, pero se lo soportó como otras de sus tantas ironías. Boni era un burlón de mierda, se dijo roñosa. Seguro que si ahora viera las montañas, le diría: te has remontado en la historia, baby, vienes a repartir cartas a las alturas, como los chasquis. Y también era seguro que le empezaría a llamar la chica chasqui o simplemente, La chasqui a solas. MG sonrió, pero para sí.
Entraron a Trinidad todavía de tarde. Parquearon el Lada en el estacionamiento del Motel Las Cuevas. Después se dirigieron a la recepción y esta vez, DG no pagó en efectivo, sino que sacó un cheque de CC. Asuntos de trabajo, le dijo a la carpetera, y también a MG que le guiñó un ojo. Al instante subieron a la habitación; y en cuanto entraron, hicieron el amor. Fue un sexo rápido, atropellado; nada parecido a los que hacía con Boni; pero MG recordó los quince de AC; y entonces se le ocurrió que sí lo habían disfrutado.
La habitación estaba oscura y él casi ni la dejó pasar de la puerta. Espera, dijo ella, y encendió la luz. Así es mejor. De inmediato, DG la abrazó y se dieron el tercer beso que sí fue largo; ahora no se le encharcó la baba en la boca sino que rodó directo hasta el estómago como si se hubiera establecido una tubería entre ambos. A MG le pareció mejor; no tenía forma de escupir; más tarde iría al baño y se sacaría aquella inmundicia de adentro. DG la tenía tomada por la cintura. Forcejeaban, suspiraban, pero no le apretaba las caderas y las nalgas como Boni; más bien se las frotaba. Qué rico, papi, le dio por decir a ella, y le tanteó la entrepierna ligeramente abultada. Espera, repitió y le desabrochó la camisa; una camisa de cuadros con un olor a perfume chillón que a ella no le disgustaba del todo. MG se fijó en el abdomen del hombre: era voluminoso, blancuzo, y lampiño, con algunas verrugas que parecían moscas sobre un pastel. MG le besó, con fruición, la barriga y el pecho. En cambio, DG la observaba y cuando ella levantaba la vista, le sacaba la lengua.
Ya estaban desnudos. MG le tomó el pene y lo movió, pero al ver que seguía fláccido, se lo introdujo en la boca. Lo succionó con maestría, y DG logró alguna erección, pero no igual a las de Boni que la penetraban como si quisiera taladrarle el paladar; y con maldad, se la colaba en la garganta. Entonces ella tenía unas arqueadas tremendas y le decía, fingiendo estar molesta, no seas gracioso, chico. Boni reía a carcajadas y repetía la broma hasta que se le congestionaba la cara y el chorro de semen espeso salía por su tubo y la golpeaba en los pechos.
Cuando el pene había tomado un poco de potencia, DG la ayudó a levantarse del piso. La tomó por un brazo. Vamos, dijo y la tiró con violencia sobre la cama. Ponte en cuatro, añadió eufórico. MG obedeció. Apoyó las rodillas sobre el colchón y la cara sobre la almohada. Desde esa posición podía ver como el hombre trataba de mantenerse el miembro erecto: se lo apretaba con la mano y lo estiraba. En una ocasión también vio cuando él se inclinó sobre su trasero; intentó besárselo pero rehusó. MG se sintió desconcertada; con disimulo deslizó la mano y se frotó el clítoris; luego se la llevó a la nariz; y le pareció que a pesar del calor del viaje, no tenía mal olor. Recordó que con Boni, cuando intentaba asearse, él se lo reprochaba. No, no te lo laves coño, casi gritaba, y entonces inventaba frases extravagantes, y se colaba entre sus verijas, y tragaba goloso como si se nutriera de sus efluvios. Pero ahora pasaba lo contrario, DG renegaba de sus olores, y permanecía en silencio como si se le hubiera muerto alguien. ¡Qué malo!, se dijo. No importa. MG prefirió concentrarse en su inminente promoción, en los quince de AC y en la velocidad que podía alcanzar en un automóvil moderno.
Finalmente DG no pudo penetrarla. Ella vio como el pene del hombre cayó en picada y asomó el glande reblandecido por entre sus piernas; después derramó sobre la sábana un par de gotas de un líquido como almidonado. MG entendió que había finalizado el primer acto sexual entre ella y DG. ¿MG se había decepcionado del todo? Eso no lo supo. Era cierto que por un momento se excitó y tuvo deseos de que DG la penetrara, incluso apetecía violencia; pero de todas formas él no pudo; durante el día pensaría en Boni y si tenía la oportunidad, se masturbaría. Así fue mejor, se dijo; y pensó que había aniquilado a su jefe, a DG de CC. Ambos se tiraron de espaldas sobre la cama y se quedaron dormidos.
MG se despertó primero y miró el reloj, eran las ocho. Se asomó a la ventana; ahora miró el cielo, poco estrellado para su gusto; pero ahí estaba la joven noche trinitaria, pensó. Más tarde se dirigieron a una de las cuevas del motel, acondicionadas como cabaret. DG se la mostró. Mira, nena, le dijo, y le señaló algunas estalagmitas que habían escapado al desatino de los turistas borrachos. También le enseñó el bar empotrado en la piedra caliza. ¿Verdad que es original? preguntó. Sí, respondió ella que miraba al barman; se le parecía a Boni. Luego se sentaron a una mesa. Pidieron güisqui escocés; por indicaciones de él; y bebieron hasta que perdieron el sentido.
Al día siguiente, ninguno de los dos recordaba nada de la noche anterior. Pero ella le dijo: acabaste conmigo, papi. ¿Sí?, respondió él. ¿Qué pasó? ¿Te hice daño? No, bueno, sí, dijo MG que fingió dolores en el bajo vientre. Te me subiste encima y no paraste en toda la noche, añadió después de un ilustrativo gesto de queja con el rostro. Lo siento, dijo él, y sonrió. Ahora no era una sonrisa cínica sino de satisfacción.
El domingo fue día de playa. Pero antes, DG hizo llamadas. Se comunicó con funcionarios de CC en Trinidad. No se preocupen, ando de paseo, les dijo. Sólo preguntó cómo se estaban comportando los planes. Por suerte, todo bien. Después le pasó la información a MG. Este es un territorio cumplidor, aseguró él. Debemos venir más a menudo, respondió ella.
El agua tibia de playa Ancón hizo que MG recordara a Boni, y sintiera deseos de masturbarse. ¿Por dónde andará?, se preguntó; y ahora sintió unos celos enormes; celos de que él estuviera con algunas de sus amigas también bohemias. Pero por qué me voy a molestar, se dijo. Miró para la orilla y vio a DG tirado en la arena; tenía untado el bronceador que había traído de su último viaje a Islandia. Sí, es bueno, dijo ella, te pondrás más lindo.
Esa noche se fueron a la cama temprano. Cuando se acostaron, DG la miró goloso y ella pensó que podía endurecérsele y hasta era posible que la poseyera. Pero él le dijo: hoy vamos a descansar; esa noche del sábado fue muy intensa y de seguro que te duele ahí, y le señaló con el dedo el bajo vientre. Sí, respondió ella, se palpó encima del pubis y repitió la mueca de molestia; después, le dio un beso en el hombro. Ambos durmieron de un tirón hasta el amanecer.
De vuelta a La Habana, ya en la Autopista Nacional, DG aparcó el Lada y le dijo: ahora te toca a ti, linda; y le señaló el volante. Maneja, añadió. MG no lo podía creer; se le iluminaron los ojos; había llegado el momento de la velocidad engendrada por ella misma, y pretendía disfrutarla casi como disfrutaba a AC, salida de su vientre. MG subió al asiento del conductor, embragó y echó a andar. Dale suave, le aconsejó él. MG colocó ambas manos en el timón como indicaban los manuales de automovilismo y mantuvo la vista fija hacia delante. MG pensó que a pocos cm. de su culo de negra portentosa se encontraba el pavimento que ahora se le escapaba a 110 Km. por horas. MG pensó en muchas cosas más. Pero un rato después, se fijó en DG y lo vio con los ojos cerrados y la boca abierta por donde le colgaba un hilillo de baba y recordó los besos húmedos; entonces aumentó la velocidad hasta que el Lada alcanzó los 120 Km.
Entraron a La Habana a mediodía. DG la dejó en el mismo sitio donde la había recogido. Al despedirse, le ordenó que a la mañana siguiente estuviera temprano en la Central. Tendremos una reunión a primera hora, dijo. Le adelantó que el orden del día era su promoción a Auditora general. Usted es una compañera competente, concluyó él. Por fin había llegado el momento: aunque al final del viaje, y después de la baba en el estómago, y después del pene mustio, y después de tanto pensar en el burlón de Boni. Y ahora vendría el automóvil, y la gran fiesta de quinces de AC y cambiaría la vida, se afirmó MG que en ese instante sintió unos deseos enormes de gritar; le hubiera gustado que los vecinos se enteraran de que ella era la Auditora general de CC; pero se limitó a hacer una sonrisa de funcionaria; una sonrisa no muy extensa y sin descubrir demasiado los dientes. Está bien, dijo ella solemne, bajó del automóvil y se despidió con un gesto de la mano; un gesto que, por su estilo, también pensó que era de funcionaria. MG se dijo que a partir de ahora sus ademanes, sus ideas, su vida, era la de una funcionaria y como tal actuaría. Después se fijó en el edificio y vio a los vecinos salir a los balcones; pero a la gorda de la esquina no; ella siempre permanecía ahí.
Lo primero que hizo MG en cuanto entró al apartamento fue llamar a AC. Cuando la niña la escuchó se le escapó un grito: ¿ya estás aquí, mami? Sí, mima, respondió MG, igual de alegre. ¿Qué me trajiste? Y ella le hizo una relación de lo que había comprado durante su primer viaje por asuntos de trabajo. Pero antes le informó que ya era la Auditora general de CC. Después, menos eufórica, MG llamó a la madre y le contó los pormenores de la visita: mal trabajo en todas partes, mamá; mucha burocracia en todas partes, mamá, dijo. MG esperó a la despedida para darle la noticia. ¡Qué bueno!, se limitó a decir la madre. Pero todavía faltaba Boni. ¿Y dónde estará metido? Cuando aparezca, si es que aparece, pensó MG, le diría más o menos lo mismo aunque sin muchos detalles. Boni no se lo merecía; total, si ella andaba en asuntos de trabajo y él vagabundeando por la calle; y ella que había acabado de ser promovida a Auditora general de CC y su responsabilidad era mayor; y Boni no hacía más que burlarse de los demás y contar historias estrafalarias... ¿Por qué preocuparse por Boni?; pero él tiene que entender… pensó ella.
MG sacó, una por una, la ropa y la tendió sobre la cama. En el fondo de la mochila, donde había echado la ropa interior, descubrió el blúmer que le había regalado su hermana. MG lo tomó en la mano; era un blúmer azul marino de encajes; a MG le gustaba el blúmer; después, se lo llevó a la nariz. ¡Caramba!, casi gritó, cuando vio que además de unos hoyitos, olía a cucaracha.
Cerro. Agosto de 2009
Jorge Carpio
Sancti-Spíritus, 1965, narrador
reside /resiste en La Habana
* En Cuba, los vehículos con matrícula blanca pertenecen a los altos funcionarios de los Ministerios e Institutos.
2 ¿que tu crees?:
Me gustó el cuento que está muy bien ideado y estructurado.
MG funciona como una puta que se entrega para obtener beneficios a través de su cuerpo. Yo fui puta y sé de eso.
Como a Boni, el olor de los sexos me gusta y me excita. Me agrada un pene limpio pero que huela y sepa a pene y no acabado de lavar.
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